Juan Miguel Alcántara SoriaOpinión

Déficit de pueblo, exceso de masa: entre democracia y oclocracia

Por Juan Miguel Alcántara Soria

Al presidente lo aprueban 6 de cada 10 mexicanos, como a Fox o Calderón, a los primeros dos años. AMLO da dinero y circo ¿si no?¿Cuántos aprobadores son pueblo, y cuántos masa? La palabra ‘democracia’ refiere a un tipo de vida y de sistema político, donde el pueblo toma decisiones efectivas, en relación con la autoridad y el programa de gobierno. Aristóteles usaba la palabra ‘politeia’ para decir el gobierno de los ciudadanos, polites, miembros del Estado-ciudad, la polis; y la contraponía a ‘oclocracia’, el gobierno de las multitudes (ojlos, multitud, masa). Etimológicamente democracia es el poder del pueblo, y tiene dos sentidos: un gobierno es democrático, si su origen procede realmente de la libre designación del pueblo. Y como participación en las decisiones comunes. El pueblo es el sujeto de la democracia, y de los derechos que le van a permitir y a obligar a elegir, vigilar y cambiar autoridad. El sujeto nunca es masa. El pueblo es asociación de personas conscientes y libres; la masa es conjunción de individuos en tránsito de perder conciencia y libertad responsable; en vías de masificación; es decir, de despersonalización por pérdida, disminución o manipulación de conciencia y de responsabilidad. No solo enajenados, drogados, o de jaurías ‘justicieras’. La auténtica democracia necesita pueblo y demócratas; no masa, ni demagogos manipuladores de emociones. Y hay partidos autodefinidos de masas.

La persona humana es un ‘animal racional’ o cuerpo espiritualizado: un organismo con órganos sensibles (5 sentidos externos, 130 sentidos internos), instintos; y con psique, alma o espíritu. Incomparablemente más inteligente que ningún otro animal. Por la razón adquirimos técnicas, progreso, y pensamos de forma muy distinta de los demás animales: nos preguntarnos por el sentido de la vida, o tenemos clara conciencia del bien y del mal. Tenemos, pues, funciones puramente físicas, vegetativas, animales, y también espirituales: con la inteligencia operamos ideas, juicios, razonamientos; y con la voluntad queremos y amamos, lo que no se da en los otros animales. Son funciones del todo, una unidad bio-psico-social.

Entre quienes ven solo cuerpo material, están algunos especialistas en mercadotecnia, quienes hablan de neuromarketing, y aplican técnicas de neuro-científicos que dicen: “no somos seres racionales”, sino “seres emocionales”.  Explican el comportamiento de electores desde el apetito inferior o sensible, las emociones, base de la actividad neuronal. Más que del apetito superior o intelectual: la voluntad, dirigida por la inteligencia.  Identifican lo que agrada: cuerpo, dinero, al liberar hormonas –como oxitocina, endorfina, dopamina, fenilananina- y lo que desagrada: dolor –nociceptores-; sin priorizar el por qué es mejor tal candidato o programa político. Diseñan su publicidad impulsando en votantes sus lados más instintivos, emocionales, incluso ‘irracionales’ con técnicas que llegan a ser invasivas a la intimidad, al buscar dirigir las emociones sin que las personas se den cuenta, pasando por alto sus defensas racionales. Parten de los muchos procesos cerebrales inconscientes e involuntarios y manipulan decisión. Como vemos al perro mover la cola ante croquetas, una cámara puede reconocer emociones de la cara del elector: un software la mide, y detecta la emoción, y obtiene un emociograma, útil en campañas. Demagogos viejos de siempre manipulan emociones con pan, circo, y odio. Dicen que en el amor, el sexo o la política todo se vale. Pero nuestra racionalidad nos permite diferenciar qué nos conviene o no, qué es falso o verdadero, honesto o no. Con nuestra inteligencia y voluntad, esto es, nuestra libertad, confirmamos que todo acto consciente y libre (votar o no, por uno u otro, o drogarse) es, al final, una posición responsable ante el bien y el mal -personal o común-, y es por tanto, de índole moral. Más razón y ética, menos circo y marketing. Sí pueblo, no masa.


MEJZ*

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